jueves, 17 de mayo de 2012

Ce


Y en esta rayuela sin sentido, Él no nos mira por encima del hombro. Nos mira por encima del pie. ¿Su nombre? Carlos Ezequiel. Sí, el único ser libre, que al ver la desgracia, es impávido. ¿Razón? No es susceptible a adulaciones, y más aún a ruegos, oraciones y plegarias, o cualquiera de sus variaciones humanas. ¿Objetivo? Ser ese cero a la izquierda. Ante la ruina, “permite”. Ante el milagro, “atribuirle”. ¿Argumento? Doble discurso. Es Belzebú y Jehová en un solo cuerpo. Ni cuerpo. En un solo ser. Ni ser. En un solo estar. Porque algún día pasarán a formar parte de la Mitología Humana; allá entre Shiva, Cronos y Pazuzu. ¿Por qué? Por nada. Sí, esa maldita nada que los creó. Que nos creó. Que me creó. Que me creó una ilusión de algo mejor. No. Que me creo una ilusión de algo mejor. En esta rayuela sin sentido, él nos mira por encima de sus pies, que no han tocado tierra. Solo y sólo vive y permanece en aquel paraíso de sonrisas hipócritas de brillo celestial. Sí, habla de El sufrimiento, desde un asiento con hemorroides. Como ese periodista, aquel periodista, que habla de muertos, accidentes y tifones, desde un estudio, rodeado de graznel en contraluz, haciéndolo lucir glorioso y blanco. Lo que naturalmente, jamás ha sido. Y quizás, con ayuda, lo será. Sí, ese periodista. Enajenado. No, Carlos Ezequiel, no. Él es y está orgulloso de ser quien es. ¿Quién es, por cierto? Nadie. Sólo un momento de lluvia, que en esta tarde sin sentido, se me ocurrió escribir, sin café, sin –bar, sin París, sin français. Exacto, con esta rayuela, que vaga en mis ideas sin destindo. Como nube. Que tortura mi existencia. Mi nada. No habrá Carlos Ezequiel, ni por lo ser ni por lo estar, ni por lo Superior ni por lo Humano, ni por lo Carlos ni por lo Ezequiel, que me diga cómo saltar esta Rayuela. Yo elijo la Piedra. Yo elijo la Pierna. Y yo digo cuándo mi nada se volverá nada. Precisamente, soy un hijo de la grandísima Nada.

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