viernes, 10 de agosto de 2007

D3l Seu__U|o

El chico que estaba enamorado de quien aún no conocía, ni por nombre, ni por físico, pero que añoraba fuera pronto. Desde lo más último de su razonamiento, pensaba en momentos justos para ser compartidos, en lugares iluminados para ser poseídos; pero todo aquello desvanecía cuando recordaba que era del suelo. Y nunca nada salió de su mente y todo quedó en el universo de su imaginación, porque había algo o alguien, él no estaba seguro de recordarlo, que no le permitía a sus sueños volverse carne. Y hueso. Entonces prefirió seguir creando momentos y lugares para ser feliz, antes de recordar que era del suelo, como cuando creyó que detrás de un árbol, madera robusta y hojas bailarinas, existía una pintura de amarillo, anaranjado y rojo, con un círculo topando el horizonte del mundo, y de entre los colores salía a quién él más amaba. Y todo duraba lo mismo que oler un perfume el cual hace perder los sentidos. La pintura, después se mezclaba con el horizonte, y éste con el árbol, y todo volvíase gama de negros y un tanto de amarillo hasta ser de noche oscura sin estrellas, ni luna, ni nubes, ni nada; sólo noche oscura.

Hasta se hubo de dar cuenta que era él mismo quien destruía sus propios mundos así que decidió no recordar de dónde era; pero todo intento fue inútil, incluso en el final del razonamiento, como cuando juraba estar en un camino empiedrado y en los bordes flores de todos los colores existentes y por existir, amurallado por grandes y gigantescos árboles de todas las especies. Se encontraba en una intersección de cuatro y no sabía donde ir, porque daba igual, ninguna de las opciones parecía tener fin, cuando y de repente asomó a quién él más amaba bajo destellos de luces blancas marcas innumerables de estrellas con la luna menguante, tan brillante como no lo es, en su mano derecha; y con una sonrisa de labios rosados con dientes más blancos que el blanco movió y preguntó:

-¿De dónde eres?- sonó esa voz que hacía deleitar su oído, como creyendo alguna sinfonía, imaginando ángeles y su coro, que todo esto quedaba enterrado bajo la tierra en comparación a aquella rica voz. Y cuando pensó responder la pregunta, los árboles cayeron hacia todas direcciones provocando ruido, como si fuera un terremoto, las flores marchitaban y olían a putrefacción; paredes de ladrillos se levantaron de los caminos, y se volvieron al musgo.

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-¿Yo? Yo soy del suelo- pronunció tan valiente como tímido y orgulloso, sin sorprenderse de lo que sucedería. La luz desapareció, se apagó como apareció; la luna era una roca ni más ni menos; la sonrisa no era sonrisa era un boca de persona, era sólo una boca, y a quien más amaba, era sólo alguien ni más ni menos. Todos los colores se entremezclaron y tornaron una imagen de la cual nadie quisiera estar presente. No le quedó más que cerrar los ojos y pensar que no era feliz, que nada era verdad, y jamás lo sería, y sin duda volvería a lo demás de todos los días.

Mientras, un día, lavábase los dientes, se observó al espejo y vio sus ojos tan blancos como rojos, y sus pupilas tan negras como su soledad; y escuchó el grito de su madre mandándolo a comprar, al menos él se negó, sobre todo prefería acostarse en su cama, observar el techo y sentir cómo el tiempo pasaba hasta descubrir otro momento y lugar feliz. Ella amenazó:
-Tu padre vendrá de allá, dejará de hacer lo que está haciendo, sólo para darte
los buenos golpes que has de merecer.- pero no le importó la amenaza, y fue a
comprar, pensando que él no iba a ser el único que juraba que todo estaba bien,
y todo seguía su camino derecho.

Y viendo las calles sucias, los coches contaminando, la gente botando basura, los buses haciendo bulla y los mercaderes ambulantes gritando ofertas y suertes, vio a quién él más amaba; y las calles eran adoquinadas, los coches no habían sino bicicletas, la gente botando basura en una gran máquina limpia y cruzando el paso cebra, y los buses organizados en un sistema y los mercaderes situados en una tienda. Al menos antes de imaginar que a la gente le salían alas, con vestiduras blancas y brillantes y volaban, prefirió prometer que las casas tenían proporciones incorrectas; un gran abismo abría la calle, donde gente, ángeles y bicicletas caían, agarrados por demonios rojos y negros, tan espantosos que no desear verlos. Una ola de fuego se abría y las casas se tumbaban como si el hierro tuviera artritis, ya acababan en el suelo como naipes emanando humo negro que era demasiado. Mientras el chico seguía caminando, dábase cuenta que buses iban y venían con personas que gritaban de dolor, desesperación, lloraban de tristeza, agonía, conducidos por otro demonio; la gente se golpeaba en la calle, otros insultaban, y los niños golpeaban a sus padres, y éstos los azotaban y terminaban crucificándolos; los mercaderes obligaban al transeúnte a comprar, porque sino lo robaban, o enviaban a un sicario a matarlo, o a un hombre a violarlo. Aún el cielo iba negro por el humo de las casas se veía tronar como si fuera a haber una lluvia de tormentas sin gotas; y el sol, como su nunca fuera a aparecer. Frente a la calles, el chico se paró, y el abismo se abrió aún más alzando fuego, lava, humo, personas y demonios. Pero nada le sorprendió, todo era normal, a excepción de a quién más amaba; estaba ahí, no había cambiado nada, desde que comenzó a jurar el infierno. Seguía con todas las luces, ni una más ni una menos, como si nada más brillante existiera. El chico se quedó parado, y deseó volver a llorar, ya que recordó de dónde había venido. Ahora, al contrario, los demonios gritaban de dolor, desesperación y agonía, porque alguna personas los azotaban. En alguna esquina vio a una madre dando de fumar a su recién nacido; un padre metiendo a su hijo de diez años, borracho a un burdel. En algún poste vio a una niña no menstruada bailando con menos ropas que un pobre. Observó a un señor comiendo y cuando lo terminó no todo, le preguntó a un mendigo si quería, a lo que respondió que sí, pero el señor tiró la comida y la pisó. Juró que las mujeres discriminaban a los hombres; a los animales estudiando en las escuelas de filosofía, y a los profesores en la selva; a los políticos prometer buenas y primeras, y cumplirlas. Al menos el abismo llenaba de demonios tímidos y miedosos, que hicieron sonreír al chico, que al girar la mirada hacia a quién más amaba, no dejo de salir la luz que venía de entre el humo del cielo. Cerró los ojos y los volvió a abrir y la luz no paró. Se acercó para comprobar y le envió una mirada conjunta de sonrisa como muestra de saludo. Recibió una respuesta similar, a lo que dejó de llorar y sonrió de verdad una vez en su vida, mientras a quién más amaba se iba a dónde sabe quién. Mas mientras caminaba, la calle se volvía adoquinada, los demonios desaparecían, en la televisión todo igual: los pobres robando a los ricos, los políticos, muertos y accidentes, la niña en el poste con miedo esperando un bus, el niño entrando con su padre a la escuela, la madre dando de lactar a su recién nacido, los buses contaminando, bicicletas no había sino coches, la gente tirando basura, el humo se abría al sol, las casas se levantaban, su casa se levantó a correcta dimensión y la gente lo saludaba de hipócritas. Y sólo ahí se dio cuenta que ya conocía a quién más amaba, pero su imaginación con momentos y lugares perfectos vendaban lo que en verdad lo podía hacer «feliz». Y pudo comprobar que era del suelo.

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NaDu__Uh qeuDa

Aquí, en guayaquil roban
Roban, todo roban.


Roban al seguro
Roban el seguro
Roban a Franklin
Y a la casa blanca
Roban la cartera
La cédula y la firma.

Roban durante un tiempo
Al carro, a la vida y
Después al final también al tiempo.

Roban las llamadas y los mensajes
La camisa, el pantalón y el zapato,
La cadena, el arete, el anillo, el reloj,
El piercing, la pulsera y el cinturón,
Roban la tecnología y la chatarra.
Roban al estudiante, al universitario
Al empleado, al jefe y a la ama de casa.

Roban al que tiene más
Roban al que tiene menos.

Roban el impuesto.

Roban al carro,
Sus pies, su voz, sus oídos,
Sus flatulencias, sus cosas.
Roba el político
Los ahorros del pobre.
Roban la pared blanca,
El vidrio lleno de polvo.
Y roban el agua, la luz,
Y más que nada el teléfono,
Los pasajes y al pasajero,
La limosna y al limosnero,
Al pecador, al santo.

Aquí, en Guayaquil roban,
Roban, todo roban.

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Roban
Al beso y a los labios,
La mirada y las caricias,
La cama y su virginidad.

Roban al amor,
Las flores, el peluche,
Los chocolates y la cita.
Roban la esperanza.
Roban la confianza,
La seguridad y la humildad.
Roban la niñez y la inocencia.
Roban la venganza,
El odio y el rencor.
Roban la amistad
Con hipocresía e interés.
Roban la prudencia
Con tensión y desesperación.
Roban el amor
Con engaños y amantes.
Roban la santidad
Con mal y tentación.
Roban al social
Con soledad y marginación.

Aquí, en Guayaquil roban,
Roban, todo roban.

Roban al sujeto, al verbo,
Al epíteto, al verso,
A la prosa y al protagonista
A las páginas y al capítulo.

Roban la armonía,
Las notas, las partituras,
Al sostenido o al bemol,
Al do hasta el si,
A la llave de sol y fa,
Al piano, al violín,
A la batería y al bajo,
A la estrofa; el estribillo
Y la voz del cantante.

Roban el escenario
El efecto especial,
La imagen y al actor,
Al director y al guionista.

Roban el rojo,
El amarillo, el atardecer,
El azul, el mar, el verde,
El óleo, la acuarela
El pincel, el marco, la tempera,
La cara, la sonrisa,
El paisaje y el mensaje.

Roban a la vida
Al que no sabe qué es la luz
Al que está aprendiendo a saber
Al que intenta sobrevivir
Al que quiere una familia
Al que ya vivió
Y al que no muere.
Roban la voz
Y la expresión
Roban la diversión
De niñas y niños.

Roban el trabajo
De los más chicos,
De jóvenes algunos,
Y de jubilados muchos,
De amas de casa
De honestas profesoras,
De los albañiles
Y de las madres,
De los esclavos
De los agricultores.

Roban la niñez
Con trabajo
Con limosnas
Sin estudios
Sin diversión
Sin sanidad.

Roban a la mujer
Con fuerza
Con moretones
Con brutalidad
Con inferioridad
Sin amor.

Aquí, en Guayaquil roban
Y no sólo roban
Sino también matan.


Matan al carro (el alcohol)
Matan al cuchillo (el asesino).

Matan al inocente (la televisión)
Matan al vulgar (el hijo de puta).

Matan a la mujer (el hombre)
Matan al animal (el animal)
Matan a la virginidad (el violador, el tío)
Matan al feliz (el triste envidioso).

Matan al corazón
(la bala, el cuchillo,
la curva de la montaña,
el río, el camión,
el machete y la daga).

Matan a la verdad (la televisión)
Matan a la ley (la ley)
Matan al asesino (el vengador)
Matan al silencio (el ruido)
Matan a la madera (el hombre, el fuego)
Matan al libro (malinterpretando)
Matan al hospital (mal servicio)
Matan al camarón (la ambición)
Matan al banano (la ambición)
Matan a la vejez (las cremas)
Matan a la religión (el ateo).

Matan al cielo (el infierno)
Matan al infierno (el cielo).

Matan al vivo (lo inerte)
Matan al cuerpo (el deseo)
Matan a la mujer (la prostitución)
Matan a la música (el ruido)
Matan al lenguaje (el vulgar)
Matan al sujeto (el epíteto).

Matan a la vida (la muerte)
Matan a la muerte (la vida).

Aquí, en Guayaquil matan
Y también roban
Duro y fuerte.

Duro y fuerte

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domingo, 24 de junio de 2007

El príncipe aZul, la princesa Bella y la Bruja arrugable

La mujer más perra, digo, Bella sobre la Tierra, vivía en una era donde todos creían que Dios era el centro de todo, y donde los muros de castillos se levantaban en lo alto para evitar escapes de mujeres como ella. Aquella dama, si es que así se le puede decir, era hija de la Reina Turbea, que pasaba todo el día cantando “Las flores se las lleva el río” sin preocuparse de su hija, puesto que había también (típico) una bruja, que era fea y cuando se dice fea, es porque era fea. Y la palabra fea le quedaba corta, demasiado corta. Utilizaba un rasgado vestido negro de siglos antes a esos, y uñas negras de la suciedad, enferma siempre por las ratas, con una voz que espantaba a cualquier animal sordo. Por odio, y quién sabe más, raptó a la hija de la Reina Turbea, que tenía por nombre Pierina. Dicen que cuando pensaron poner el nombre, el cielo se abrió y gritó Pierina. A la simpática y elegante princesa, la escondió en un castillo, diseñado especial y únicamente para ella, llena de cuartos y pasillos, como si fuera un vivo laberinto, con criaturas escondidas dispuestas a matar a cualquier príncipe idiota que quiera salvarla de la soledad y hacerle compañía por el resto de la eternidad.

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Y un día cuando llovía con trueno, granizo y agua, apareció (típico) un príncipe, con un traje azul y su piel blanco, poco más y transparente, cabello sol que brilla como oro y ojos sacados del mar, cabalgando como danzando sobre un, más hermoso aún, caballo blanco y pelaje abultado. Bajó frente a la gran puerta maldita del castillo en Milano, donde yacía la princesa Pierina. Alzó el pie y resbaló, cayendo sobre el excremento del caballo, mezclado con tierra y agua, manchando su envidiable traje verde, que combinaba con sus ojos. “¡Mi presentación! Uy no.” exclamó intentando limpiarse. Abrió la puerta y al dar un paso, la puerta se cerró, partiéndole la nariz. “La princesa ya no me querrá y mi mamá me matará.” Y sangraba como cascada. Al tener miedo, prefirió romper la ventana y entra donde vio un amplio, oscuro y hermoso salón, que en algún momento debió ser el cielo, pero ahora estaba lleno de telarañas, muebles rotos y lámparas caídas. Caminó hacia el centro y la araña del techo le cayó encima y el suelo se rompió haciéndolo caer en un infinito hoyo. Gritó como voz tenor de un teatro de ópera, exclamando los errores del pasado, que era mentira lo del príncipe de Génova. Al llegar al suelo, se espantó al ver esqueletos y cadáveres de humanos, animales y apestaba como barrio pobre. De pronto sus orejas se excitaron al escuchar los gritos desesperados de la bella dama (si es que así se le podía decir) Pierina. Salió de ahí, subiendo por unas escaleras laterales y comenzó a buscarla por cada cuarto en cada pasillo. La última habitación tenía número mil, y la princesa se escondía, casualmente y quizás irónicamente en el número del diablo, para que fuera imposible salvarla. Después de haber peleado, o mejor dicho huido de tantas bestias y animales desconocidos, el príncipe azul, o mejor dicho negro, porque estaba sucio y apestoso, encontró el pasillo donde escondían a la mujer más perra, digo, Bella sobre la Tierra. La puerta era un demonio vivo, movió la manija y encontró un cuarto reluciente, lleno de lámparas, ropas de seda, lino y algodón; y al fondo una cama, donde no había nadie, y se suponía que estaba la princesa. Ella estaba en el tocador, frente al espejo, bañándose en polvos mágicos para verse más bella y le dijo: “O, bella dama, princesa de la Tierra, ¿desearías ser mi Reina y gobernar el universo por el resto de la eternidad?” y la princesa volteó, lo miró de pies a cabeza, y cuando digo pies, me refiero a los pies, porque sus zapatos ya estaban desgastados y rotos de tanta escapadera. “O, príncipe, tengo un espejo, ¿quieres verlo? Para que te veas y sepas con quién hablas. Nadie ha llegado aquí, y tampoco voy a dejar llevarme por cualquier insecto sucio. Puedo esperar tres siglos más; igual no voy a dejar de ser bella.” Quedó con los ojos abiertos, se retiró cayéndose hacia atrás, puesto que se había tropezado, y la princesa se reía. “Nadie me había divertido tanto, o mejor, nunca me había reído tanto de alguien.” Y siguió riéndose. El príncipe cerró la puerta y trajo muebles de los otros cuartos y lo cerró, puso todos los objetos que pudo traer en la puerta del diablo, cerrando de tal manera el pasillo para que ni si quiera él pueda salir. Siguió caminando mientras susurraba: “Pero vas a ser vieja y arrugosa.” Tenía la esperanza de que en el último cuarto en la última torre, estuviera otra fermosa princesa que fuera menos arrogante. A medida que avanzaba, los pasillos se volvían más oscuros y sucios, con retratos de personas, cuya apariencia daba mucho que decir, y no precisamente cosas buenas. Llegó al pasillo sin continuación y vio la puerta con los cuatro números finales, cuya puerta poesía adornos de flores y rosas. Entró y vio el lugar más oscuro que podía haber, lleno de repisas con frascos que contenían líquidos de todos los colores y espesores. Y al fondo, vio una gran olla negra, encima de una fogón manipulado por un gran palo de madera en la mano de una mujer, si es que era mujer y si es que era humana, porque su apariencia decía muchas cosas contrarias. Ella daba y emanaba miedo, porque su “look” lo decía todo y hasta de más. “¿Qué haces tú aquí?¿Cómo llegaste?¿Acaso el león bestia no te comió?” Con la mirada indecisa del príncipe comentó para sí mismo: “Mejor que enfrentarlo, huirlo” y la Bruja lanzó un frasco en la olla negra, y de pronto el cuarto comenzó a apestar, no supo, a basura quemada o aún peor, sin poder describirlo. “¿Qué le hiciste a Pierina?” La bruja río: “¿A Perrina? Yo, nada, ella es así; sólo la rapté, porque odiaba a su madre. Se dejó violar por el hombre al cual yo amaba, y él se fue con ella-. Para hacerla sufrir le quité lo que ella más amaba.” Al ver tanta confusión, preguntó el príncipe:”¿Porqué Pierina tiene que casarse con un príncipe?” La Bruja comprendió lo que quiso decir y lo reprochó y prosiguió: “Puedes hacer lo que quieras y por nada del mundo obedezcas a tu madre. De por gusto vivniste” El príncipe azul, ya no negro, decidió dejar a la mujer más perra, digo, Bella sobre la Tierra, después de haber conversado con la mujer más afable, digo, Arrugable sobre la Tierra, que vivía en una era donde los hombres vestidos de mujer perseguían a los magos y hechiceras que hacían el mundo menos real. Aquella Bruja, si es que así se le debe decir, se quitó el denigrante vestido, quedando como Eva, sólo que de alguna manera como pasa, vela derretida, indicando cada arruga un año, ha vivido mucho tiempo y mucho. Entró a la olla negra, caminando hacia el décimo círculo, mientras el príncipe morado del asco y del susto se acercó para ver y oyó:"Aquí se está feliz. Aquí es donde van los feos y los negros y los prejuiciados.” Y el príncipe blanco tiró la gran olla negra y no se derramó nada, puesto que el fuego líquido había desaparecido. Decidió, entonces, irse del cuarto y regresar por el laberinto de cuartos y pasillos, de criaturas y personas, pero su memoria respectiva de príncipe engreído lo hizo olvidarse del camino por donde vino. Estuvo perdido durante dos días, y se hizo amigo de la Reina de Ajedrez, lanza-burbuja. Le dio pena, en ese momento irse, pero debía cumplir lo que debía cumplir. Lo ayudaron a encontrar el pasillo cerrado y vieron a la princesa ahora vestida de blanco y él pensó: “Ahí se está feliz. Ahí es donde van los bellos y los blancos y los perfectos. Ahí se está de hipócrita.” El príncipe le sonrió y ella, como toda una respetada dama, le respondió con el dedo. Se fue por la ventana ya rota, clavándose algunos vidrios rotos en sus pies. ¡Pobre! Y montó sobre el caballo y le dijo: “Arre”, pero no se movió. Se había muerto ahí parado esperando al jinete; sin agua ni comida, sólo tierra, pero no sobrevivió el pobre. ¡Pobre! Entonces no le quedó que regresar a pata, y cuando digo a pata, es a pata, porque no tenía zapatos, con la ropa rasgada y sucia, atravesando el oscuro bosque con ortigas como césped; con lobos como inofensivos animales y con búhos como lámparas. ¡Pobre! Cuando lo atravesó enteramente, llegó con los ojos rojos, pero de tanto llorar. El príncipe blanco, pero blanco del miedo, tocó la puerta de la primera casa de madera donde lo atendieron como a un príncipe, puesto que le dieron comida gratis y ropas elegantes. Y nunca supieron que era príncipe. Se fue directo, cruzando las montañas, a la tierra de Colón, donde lo recibieron como tal, como príncipe, disfrazado de mendigo, puesto que los ladrones de caminos lo buscaban para matarlo (eran sicarios medievales). Caminó hasta el décimo color del arco iris, donde fue feliz, no se sabe si para siempre, pero se lo deseaban todos los días. Él se olvidó de su mamá, pero su mamá no, porque los ladrones de caminos seguían preguntando por el príncipe azul, que ahora era rojo de amor.

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Sacrificio

Saltaban y saltaban como ranas en charco. Volaban y volaban como aves sobre el mar. Vivían y vivían como quien bajo el sol. Ahora van ahí juntos, viendo y sintiendo el teimpo pasar; esperando el final. Sonreían con algún chiste, mostrando lengua y dientes. Jugaban a lo que nadie inventó, diviertiéndose bajo su propia alegría. Invitaron a más, quienes no tenía con quién, y siguieron cantando con las voces que salían de sus corazones y no de sus bocas.

Continuearon bailando, sacudiendo el polvo de la piel y viendo el mundo moverse de arriba a abajo, derecha a izquierda. Y no estudiaron, porque ya sabían lo suficiente para decir qué hacer; cogieron libros e hicieron una fogata. Caminaron alrededor, conversando, comentando, y al final un hutu alzó la voz y reclamó una vida para darlo a la alegría. Agarraron a una tutsi y sonriendo como nadie jamás, juró no volver a ser tutsi; y con los brazos abiertos y desnuda, la lanzaron a la llamarada. Siguió la fiesta entre risas, cantos y bailes, acompañados del son de los tambores. Única fecha en todo el año solar.




aGregaDo: ¿çUando hAs vIsto una hiStoRia dOnde maTan a Alwi3n y piEnsas qE sTá Bein? hAy gEnociDio y la F3licidd lo çu__Ubre!!



domingo, 10 de junio de 2007

Soledad

Éste no es el día, pero igual. El día más importante (uno de los tantos) sería el cinco de Septiembre del 2005. ¿Quieres saber porqué? Fíjate tú que me hice novio de una chica que a mis ojos es la más bella. Nadie la considera así. Mi mamá, si supiera, no estaría de acuerdo. Pero yo doy todo por ella. Ella jamás va a estar celosa, ya que mis ojos ven a todas las mujeres, mas mi corazón sólo la ve a ella. ¿Quieres saber su nombre? Te lo digo al final. Yo sé que con ella me voy a casar y jamás nos vamos a divorciar, ya que nadie se fijaría en ella. Esta mujer será la madre de mis hijos. Espero que ellos sean tan felices como yo no lo era. Que tengan una diferente vida a como yo la tengo. Que no vivan lo que pasé en la escuela y en el colegio. Cuando muera, ella irá conmigo. Me acompañará en mi ataúd y estaremos debajo de la misma lápida. Aunque ella haya pasado toda mi vida junto a mí, su nombre no aparecerá en mi lápida. Estará siempre al lado mío en el cielo. Dulce será la vida que pasaré con ella en el más allá. Es increíble. Éste sería el sueño de mi vida. Bueno, ya que me he ilusionado mucho. Quizás debería ya decirte su nombre. No, no estoy preparado ni tú tampoco. Va a ser muy difícil, pero deberé detener el sufrimiento dentro de mí. Debo hablar, confesar. Es Soledad.

Los niños están saltando sobre la acera

Los niños saltan sobre acera, quizás para pasar el tiempo, para que la rana cure las heridas, a pesar de que nunca lo hará, porque las heridas que se las hizo su mamá, son tan profundas que les llegaron al corazón de tal forma, que por más que pasen los años nunca van a cambiar los niños, los mismos que odian su mamá, por ser como es, por ser tan violenta, por gritar e insultar tanto, por no preocuparse por ellos, porque ellos están siendo utilizados para tantas acciones bárbaras, pero normales, porque ya todos se acostumbraron, pero los niños no, a los niños no les gusta quitarse la ropa, no les gusta tener sexo con su propio hermano, no les gusta tener sexo con el camarógrafo, no les gusta utilizar objetos, lo que les gusta es jugar en el piedroso patio de su casa, quizás con los vecinos pandilleros, que escuchan música satánica, que parecen vampiros, porque salen a chupar sangre sólo en la noche, cuando pueden caminar por entre los oscuros árboles, porque los faros siempre están dañados, ni porque uno ruegue al municipio viene a cambiar los focos, que tienen años, más años de los que tiene la mamá viviendo ahí, que son casi diez, los mimos del niño mayor, que está brincando sobre la acera, pero que ya mismo tiene que irse con una señora, que le pagó una sota por tener al niño, pero que lo utiliza para conseguir mucho dinero, haciéndolo vender caramelos, pero el dinero se lo queda ella y no le da ni un centavo al pobre niño, hermano mayor de los cuatro hermanos de los cuales, al segundo le hacen bañarse de gris, para que en un semáforo pida centavos, mientras el tercero pide caridad acompañado de un incapacitado veterano, mientras el último amamanta de la teta de su madre, mientras el ilegítimo padre se acuesta con una mujer diferente cada noche, porque prefiere gastar el poco dinero ganado en cervezas, moteles y mujeres, de entre las cuales enamoró a una, la cual le dio el último niño, el cual el negó, porque honor, por honor a su adulterio, el mismo que años más tarde por un marido celoso lo mataría por una botella rota cruzada en el cuello. Los niños saltan sobre la acera, quizás para pasar el tiempo, quizás para despejar su mente de la condena, que en poco tiempo vendrá a buscarlos para llevárselos al centro de la ciudad a cumplir su condena, la misma que de sus mentes no saldría sino, quizás después de su muerte, la cual no pasaría sino dentro de mucho años, muchos años, muchos más de los que llevan viviendo ahí, en esa casa más fea que la madre, porque la construyó con dinero robado de su hermana o quizás de su marido ya muerto, porque se casó con él sólo por su dinero, que por cierto era bastante, pero que era mal obtenido, porque aquel hombre era ladrón y estafador, que le encantaba verle la cara de cojuda a su madre, ya que le encantaba sacarle plata dizque para comprar libros y útiles del colegio, de la universidad, del trabajo, pero en realidad lo gastaba en cervezas, apuestas y cartas, para no pagarle a su mujer ni a sus tres hijos, que están saltando sobre la acera, pero que si lo seguían haciendo, ya mismo saldría la vecina de al frente a pegarles una buena puteada por andar haciendo bulla, pero ella los insultaba porque le caía mal la mamá, ya que en todo el vecindario la gente hablaba mal de ella, no por caía mal, sino porque era la verdad, porque acosó al verdadero padre los niños y después de haberse acostado con él, lo mató ahogado con una almohada con olor a semen, pero lo mató, porque el quería hacer con ella cosas que no eran humanas, cosas que a ella le daban asco, pero que para la mamá de los cuatro niños que están saltando sobre la acera, era algo común y corriente, tan normal como gritarles a los niños para que se callaran, para que dejaran de estar jodiendo la vida, casualmente gritó al mismo tiempo que la vecina de al frente, por lo cual la mamá insultó que a sus hijos sólo le gritaba su madre o sea ella, pero la vecina era belicosa, y no la iban a dejar nunca con la pica de ser vencida, así que salió de la casa, para irse de puñete con la madre, al mismo tiempo que una señora llegó a buscar al hijo mayor, pero la madre dijo que no jodiera, que tenía que arreglar un problema con una zorra puta, pero la mamá recibió el primer puñete, y ahí terminaron las tres, clavándose en el suelo, la una por gritar a los niños, que están saltando sobre la acera, la otra por defender su orgullo y la otra por no dejarse insultar.

Verde aRbol, aZuL mAr

Verde Árbol , Azul Mar

Me gusta el verde árbol y el azul mar ,


porque me gustan ambos, su brillar,


porque están en toda la naturaleza,


mostrando su grandiosa belleza.


 


Me gusta el verde , porque está en las hojas ,


porque muestran las únicas esperanzas ,


que muestran en verdad cómo es la vida,


haciendo que cada vez sea más querida.


 


Me gusta el azul , porque está en el mar ,


porque refleja el color del bello cielo ,


dándome ganas de tirarme a nadar.


 


Me gusta el verde árbol y el azul mar,


porque haría a cualquiera enamorar,


demostrando su combinación perfecta.