viernes, 25 de diciembre de 2009

Aves blancas

Y ahora en mi terraza puse macetas con plantas, aprovechando que las paredes son altas de tal manera que la gente de afuera no puedar ver las plantas. Estan prohibidas las plantas en la ciudad. Es pecado tener una. Con pena de cárcel y excomulgación.

No fue necesario regar las plantas, porque apenas las puse, llovió sobre la ciudad. Obviamente, no de las lluvias sanas, sino las lluvias ácidas que corroen las estatuas de los libertadores y esclavizadores de mi ciudad. Bueno, por lo menos la lluvia va limpiando la mierda que les dejan de recuerdo las palomas. La plaga de palomas.

Claro, en la ciudad hay palomas. ¿Cómo? No lo sé, pero las hay. Y aun vuelan los pájaros negros sobre mi casa de norte a sur por las tardes. Y ninguna posa sobre las plantas en maceta, porque asumo que no le gustan los frutos que dan. O porque sencillamente pasan inadvertidas las casas con plantas (si es que hay alguna otra cosa con plantas, como la mía).

¡Por suerte que la lluvia no las mató! ¡Qué suerte la de los animales estos! ¡Inmortales, seguramente son! A diferencia de nosotros. ¡Una pequeña lluvia y nos derrite, y nos encondemos en nuestras casas, huyendo de nuestra naturaleza! ¡De nuestra naturaleza mortal! ¡De que debemos morir por mano de alguien más! Pero queremos morir de viejos y enfermos. ¡Huimos de la muerte pertinente, justa y exacta! Justo como lo hacen los grillos en epoca de lluvia.


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Se multiplican y se multiplican. Como plaga. Como palomas. Como humanos. Y luego viene el controlador de plaga. Y las mata sin piedad ni misericordia ni pena. Sin sentimientos. Con alexitimia. Con odio. Desquitándose con ellos, lo que la vida le ha hecho. Les quita la cabeza, o se los traga de una, completitos y vivos, para que sus ácidos gástricos los derrita en gritos de dolor y sufrimiento (bueno, en este caso, en medio de cric cric con ecos pidiendo por ayuda que jamás vendrá). Y no quedarán huellas de sus vidas, más que los desechos que botará el depredador y se reciclará en un nuevo ciclo por las plantas que he puesto en mi terraza.
Esas aves blancas, que me sorprendió ver volar sobre mi terraza a una hora del atardecer. Volaban hacia el oeste. Y solo les vi sus largas pata amarillas. Sus alas abiertas sin moverse. Sus picos amarillos buscando comida (que hay escondida en mis macetas). Sus largos cuellos. Pasan tan rápido que no tuve tiempo de aprovechar su belleza en la naturaleza. ¡Al menos ellos la tienen! ¡Y qué belleza!


En fin, estas garzas, responsables de su deber depredador acaban la vida de otros en un festín sin aparente final. Acaban con la plaga de los grillos. Me pregunto quién acabara con nosotros, otra plaga. No lo sé. Sólo sé, que ahora además de los pájaros negros volando sobre la ciudad, aparecieron aves blancas. Bueno, para ser exacto fueron tres aves (garzas) blancas sobre mi casa. Pero fui a la terminal de buses, donde por lógica todos los buses pasan, y habían grillos por todas partes. Tal vez, huyendo de las garzas, o de las llantas asesinas. O de pisadas psicodélicas ansiosas de muerte. Y ahí, más allá, detrás, donde no pasa ningún bus ni niguna persona. Sí, justo ahí, están todas las garzas paradas, con sus ojos brillosos de hambre. Y yo sigo caminando, viendo los grillos en el suelo. Preguntándome, dónde estará el único pájaro negro que estuvo en el posible único jardín de la ciudad. Y que nunca volverá. Ni aunque pasen tres aves blancas ignorando los grillos de mi terraza. Ni aunque compre otro Rayuela. Simplemente, nada.

Y estas garzar solo vivirán mientras haya grillos. Y solo habrá grillos, mientras haya lluvia ácida. Por unos meses. Y morirán, finalmente. Cumpliendo el ciclo vital. Y no habrá plaga de grillos ni de garzas. Pero eso no controlará la otra plaga. Y no me refiero a la plaga de la paloma.
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