martes, 30 de septiembre de 2008

Poema iv


El muchacho en la ventana,

descifrando a quien más amaba,
entregaba su vida al alba,
o al ser de nombre, Ana.

El muchacho en la ventana
le dedicó los más grandes versos.

No tuvo sino una vida
para entregarla a sus manos.

Pero la maldita felicidad
es tan sólo unilateral,
por el amor y su causal
dirigióse, él, a la eternidad.

Ella, en su única razón
vio al muchacho en la ventana
gritando al cielo y viento: "Ana",
pero jamás le entregó su corazón.

¿Pobre de ella?¡Pobre de él!
que alguien lo ampare
que alguien lo abraze,
pero que no sea el suelo, eh.

Y en (ella) sus claros pies,
en la mañana de Febrero
un cuerpo varonil, triste cayó
en espera que de ella lo ame.

No hubo pena en (ella) su corazón,
porque el otro, su amor, hablóle,
"tranquila, eh, ya le llegó su muerte,
y no hubo quien lo detuviese"
cuando en sus pies el amor desangró.


Quizás ella se arrepintió,
pero el beso ajeno y extranjero
de quien sería su eterno amor,
la hizo olvidar por completo
del muchacho en la ventana,
que por siempre amó en un gueto
a la belleza encarnada, Ana.





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